Tonalestate 2018 ESP
Dos macabras figuras, seguramente no amigables, vienen hacia nosotros. Estas altaneras, presumidas, faraónicas y soberanas dominadoras de un infeliz carnaval no saben mirar ni al cielo ni a la tierra. Como luminosos fantasmas que traen afrenta y rencor, las dos máscaras avanzan seguras, se adentran en nosotros y traspasan nuestro cuerpo y nuestra mente, sin dejar más huella que la rosácea palidez de sus rostros que pretenderían nuestra reverencia. En principio provocan repulsión, luego temor y, finalmente, un inquieto alejamiento. Y nosotros, tímidos y atónitos, nos preguntamos quiénes puedan ser estos impudentes e insolentes comediantes que, después de habernos atravesado con su socarrona maldad, se han desvanecido en la nada, dejándonos sin aliento y en la necesidad de reflexionar sobre una evidente paradoja: la paradoja de quien se mueve permaneciendo inmóvil, aquel movimiento estático que define al hombre sin sustancia ni valor que considera (parafraseando a Dante en el canto XXXIII del Infierno) que comer, beber, dormir y vestirse (cosas justas y necesarias, que todos tendrían el derecho de poder hacer) sean la finalidad última de la vida.
Quien pintó aquellas dos grotescas figuras fue James Ensor, un genial pintor belga que quiso ofrecer una imagen (seguramente no linear pero muy eficaz) de las personas falsas y embusteras que saben esconder tras una máscara su verdadero rostro: son los hombres por los que Ensor se sentía rodeado, perseguido y humillado, la muchedumbre informe de la sociedad burguesa de su tiempo, una sociedad que el pintor detestaba por su hipocresía y por su habilidad en traicionar. En aquellos años, Europa vivía una época de euforia, un tiempo propicio para los negocios y la diversión (y será la primera guerra mundial la que hará estallar esa burbuja de jabón rebosante de optimismo ilusorio) y Ensor quiso dejar a la posteridad el rostro grotesco y inhumano de aquella gente que, absorbida por el gozo de lucirse, aparentaba poseer lo que no poseía, gente sin escrúpulos, sin gusto ni cultura, siempre dispuesta a burlarse de aquello que no podía dominar, manipular o destruir. Sabemos bien que aquella época es demasiado parecida a la nuestra, desgraciadamente, sin embargo con ella hay que confrontarnos, si queremos tomar una decisión sana y necesaria: “¿Quiero dejar de ser payaso?”.
El payaso sobre el cual el Tonalestate quiere que reflexionemos no es aquel “poeta en acción” que, en el circo o en el teatro, renueva en quien lo escucha y lo mira la capacidad de asombro, liberándolo de la insana obsesión de tener que sobresalir siempre. El payaso sobre el cual el Tonalestate quiere que reflexionemos es ese ser vanaglorioso y presumido que, con una risa vacía e inoportuna, o bien con una férrea, obscura e inculta terquedad, quebranta la belleza que se asoma entre lo verde del verano, obstaculiza el camino inseguro, rechaza el límite humano y perezosamente acalla a quienes desean llegar a su cita con la muerte tras haber vivido con gran humildad y absoluta lealtad.
Los estados y los organismos internacionales, sus presidentes, sus instituciones e, indudablemente, todos los que, teniendo una posibilidad de gobierno, deciden, sin siquiera sonrojarse, privar a millones de personas de la libertad de moverse o del mínimo indispensable para vivir y sistemáticamente eligen obstaculizar los intentos de una convivencia humana digna de este nombre, proponiendo a todos el circensemcomo única vía de salvación, ¿acaso no se parecen a aquellas dos terribles figuras que Ensor quiso pintar para nosotros?
Si reflexionamos con sinceridad, no podemos no reconocer que es muy raro que los hombres, desde el más poderoso hasta el más mísero, conversen y convivan real y seriamente entre ellos, una seriedad que sabe decir no al engaño y al pesadísimo yugo que los fuertes imponen a los débiles. ¿No ha llegado el momento de reflexionar a fondo sobre esto? ¿Y querrán hacerlo también los hombres dedicados a la política, los intelectuales y todos los que, considerándose expertos en cómose mueven las finanzas, la geopolítica, los ejércitos, la historia y el conocimiento, se atribuyen el derecho de enjaular al hombre y su misterio?
Hablamos de una seriedad que, obviamente, nada tiene que ver con las caras largas o cínicas o escépticas que son el correspondiente individual de los muros levantados en las fronteras, sino de una seriedad que requiere de un valor especial, el valor de ayudar el camino proprio y del otro hacia un bien eterno, siendo que, como decía Manzoni, “fuera de la vida es el fin”. YFuor della vita è il termine(Fuera de la vida es el fin) es el título de la novela de Antonio De Petro de la que ha sido escogida la frase del manifiesto del Tonalestate de este año, una frase que cuenta del llanto escondido, desgarrador, casi inconsolable, de quien sabe que el mundo es enemigo de la amistad. La frase escogida nos pone, sin dudas, a cada uno de nosotros, una pregunta: ¿no deberíamos distraernos menos y dedicarnos a construir aquello que podría volver la tierra un lugar más generoso y habitable? Y si esto cuesta sacrificio, ¿somos conscientes que se trata de un sacrificio que vale la pena enfrentar?
El muñeco de paja siempre es sugestionable, mientras que el hombre que conoce el sacrificio benefico del compartir desea plantar árbores quae altero saeculo prosint(Estacio). Son personas que generan nueva política y nueva cultura ya viviendo una experiencia de convivencia humana donde el fin no justifica los medios, donde el capricho no se vuelve ley y lo que se dice no se dice para mantener un lugar bajo el sol. A estos constructores de amistad, que saben vivir con inteligencia en un mundo sumido en la obscuridad, está dedicado el Tonalestate de este año, para que el poder, fuertísimo e implacable, de aquellos macabros fantasmas de Ensor que aún se esconden dentro y fuera de nosotros, no terminen siendo vencedores, en nosotros y fuera de nosotros.