CONCLUSIONES tonalestate 2015
El tema, las intervenciones, los testimonios, las reflexiones que han acompañado la edición de Tonalestate 2015, han colocado a cada uno de nosotros, también este año, ante una responsabilidad. Muchas personas han preguntado a los ponentes presentes: ¿qué puedo hacer? O bien: ¿qué debo hacer? Todos necesitamos descubrir el verdadero lugar al cual dirigir estas preguntas.
De hecho, estamos sumidos en un mundo ahogado por la injusticia, un mundo que provoca tanto dolor injusto en muchísimas personas, muchas de las cuales viven lejos de nostros, en países que ni siquiera sabíamos que existían o de los que, tal vez, sólo conocíamos el nombre, viendo los panfletos de una agencia de viajes. Hemos visto cuántas personas sufren en un idioma diferente del nuestro y hemos visto que su dolor seguramente no tiene menos valor o menos peso de nuestro personal dolor.
La mayoría de nosotros no ha pasado por pruebas tan duras, objetivamente tan duras, como los prófugos de la guerra de Siria o como las personas de Fukushima o como quienes viven en las periferias de Centroamérica, donde hemos visto personas obligadas a vivir con nada. Hemos percibido el dolor de aquellas madres o padres o jóvenes que han tenido que dejar sus países en búsqueda de un trabajo y que, para poder enviar un poco de dinero a sus familias, están dispuestos a correr el riesgo de ser golpeados, torturados, violados, e incluso asesinados por los policías. Y los dueños del mundo quisieran convencernos que esos emigrantes son criminales, sólo porque no tienen documentos de residencia en regla o no hablan bien nuestro idioma y no conocen nuestras costumbres y nos roban la cartera porque necesitan pan, casa, ropa, libros, arte, diversión al igual que nosotros.
Ninguno de nosotros, probablemente, ha visto a su padre o a su amigo morir de hambre, de sed, de cansancio, huyendo desesperadamente del infierno creado por quienes luego pasan el fin de semana jugando golf. Pero ahora sabemos que muchos tuvieron que ver a sus seres queridos morir de esa manera. O los han visto desaparecer: son muchos, demasiados los desaparecidos que yacen sepultados en fosas comunes sobre las cuales nunca nadie dejará una flor.
Pero también hemos visto cuántas personas trabajan en favor de quienes están a su lado. Hemos visto a personas que muy bien se encargan de los demás, de los míseros, de los hambrientos, de los pobres, de quien está en peligro de muerte, sin por esto recibir una medalla o un premio. Como se decía hace muchos años, nos hemos encontrado cara a cara con personas que actúan “frente a los ángeles”, sin que nadie los elogie o los aprecie. Y nos hemos preguntado: ¿de dónde traen la fuerza para salir de sí mismos y dedicar sus vidas a los demás con tanta perseverancia, valentía e inteligencia? En pocas palabras, ¿de dónde nace su profundísima bondad?
Y hemos percibido que sería justo imitarlos en nuestra vida cotidiana, haciendo lo que ellos hacen, con las personas que están cerca de nosotros, en la escuela o en el trabajo, porque en cada persona cercana hay, así como dentro de nosotros, una herida que exige ser curada. Hemos percibido que sería justo dejar de perder tiempo, de chismear, de explotar, de robar, de manipular, de envidiar, de hacer tantas charlas inútiles, de hacer tantos razonamientos con tan poco valor. Hemos percibido que ha llegado el momento de cambiar ruta.
Si hemos percibido esto, quiere decir que hemos empezado a tomar conciencia de que nuestra misma naturaleza nos pone la exigencia de interesarnos en los demás y en la medida en que más vivamos esta exigencia y este deber, más nos realizaremos.
Entonces ¿qué puedo hacer yo, que tengo amigos, tengo belleza a mi alrededor, puedo leer libros, tengo tiempo y fuerzas, y también tengo cierta conciencia de que el mal es mal y duele y que el bien es bien y hace bien? La oscuridad del mundo ahora se vuelve la oscuridad de mi camino: ¿cuál es mi vocación? ¿dónde soy llamado a vivir mi camino de bondad?
Y el primer paso para contestar correctamente a esas preguntas es saber que no somos capaces de amar. Es tomar conciencia de que necesitamos ser tomados de la mano por alguien que nos enseñe a amar. Porque nuestro amor instintivo, nuestro amor sentimental, nuestro “sentir las cosas y las personas” es inconsistente, no perdura, es incapaz de superar aun la más elemental de las pruebas. De hecho estamos dispuestos, por una nada, por una vanidad, por una pequeña ganancia de tiempo o de espacio, a que sufra inútilmente quien está cerca de nosotros. Somos inhábiles en el amor.
Tenemos que permitir, pues, que alguien nos enseñe que el amor es caridad. La caridad de hecho es ley última del ser y de la vida, es ley suprema del ser y de la vida.
La caridad no es dar limosna. La caridad es ponerse a sí mismos en común con los demás. Y esta ley es antes de toda simpatía y de toda conmoción: actuar para los demás no requiere de algún sentimiento especial; es ya en sí un sentimiento, no requiere de otros.
También debemos tener muy en claro otro punto: nuestro ponernos en común con los demás bien podría no llevar ningún resultado: la única actitud realmente concreta es la atención a la persona, la consideración de la otra persona. Todo lo demás puede darse o no darse. Esta urgencia por cambiar las cosas puede, en efecto, ser contaminada por el delirio de omnipotencia y debemos cuidarnos mucho de esto. Nosotros, de hecho –como decía Brecht– no debemos esforzarnos por reordenar el mundo, no debemos afanarnos por rehacer el mundo, sino que debemos procurar amarlo o, así como nos invitaba el profesor Giovanni Riva, tener un anhelo hacia todo el mundo.
Y si juntos emprendemos este camino de amor hacia los demás, dejándonos guiar por quien tenga mayor claridad, descubriremos muchas cosas que ahora ni siquiera imaginamos, descubriremos así qué significa realizarse, descubriremos qué significa resurgir. Es feliz quien hace esto, quien pone en práctica estas palabras.
Y con esta promesa de dedicarnos a los demás, juntos, queridos amigos, nos despedimos con un alegre ¡hasta siempre!
Gracias a todos.