Tonalestate 2013 – Español
Neruda, el noble juglar del siglo veinte, dijo así: “Son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito…” Envidiable juego de amor entre un poeta y las que Homero, muchas veces, decidió llamar “palabras aladas”.
En cambio, ¿qué son las palabras para mí, para quien tengo cerca y para los que no conozco y veo caminar cada día por mi misma senda, de la casa al trabajo, en el ritmo constante de nacimiento y muerte? ¿De dónde nacen? ¿Qué significado tienen? ¿Cuál es su pasado y su presente y cuál será su futuro? ¿En qué cisterna pueden recogerse, de modo que ninguna sea olvidada o pueda perderse?
No sé de dónde reciben su poder las palabras que danzan en torno a mí, tan laboriosas que distraen el silencio de mi pensamiento, y me despiertan de noche, repitiéndome lo que yo he dicho y lo que se me ha dicho, lo que diré y lo que presagio me será dicho. No sé por qué camino ellas se vuelvan signo de odio, de desprecio, de angustia, de infinito dolor, pero también de afectuosa acogida y de amistad eterna. Lo que yo sé es que con las palabras se dicta una sentencia de muerte, se declara y se justifica una guerra, se estipulan repulsivas alianzas, o se abren de par en par las puertas a la paz y se comienza a poseer un nuevo descubrimiento, algo que ya existía y se ignoraba.
Las palabras – que avanzan silenciosas y de las que los vivientes tienen siempre un poco de miedo – vienen a nosotros desde un “puerto sepulto”, trayéndonos el don de una emoción vital, una herida, o bien aburrimiento o estupor. Se rebelan a ser reducidas a mercancía y no ven a nadie a la cara. Ni del poder, ni del rico, ni del funcionario se dejan abrazar: para ellos, ofrecen sólo una sombra sin sabor ni sentido. En cambio, se posan sobre los labios de un buen artesano que las sepa respetar y a él se entregan en abundante amistad.
Una joven poeta italiana, Antonia Pozzi, que se suicidó en 1938, decretó una terrible sentencia sobre nuestro tiempo cuando escribió: “La edad de las palabras terminó”. Si las palabras no logran ya a alcanzarnos, algo no funciona en nosotros y entre nosotros, y es necesario reflexionar, con renovada seriedad, sobre un argumento tan importante, sobre el cual Dreyer, en el film Ordet, da su lúcido y todavía actualísimo juicio. Por lo tanto es sobre todo de las palabras entre los hombres que se hablará en el Tonalestate del 2013. Y de lo está vinculado a ellas: el lenguaje, los signos, los significados propios de nuestro tiempo (que, dicen, favorece las imágenes a las palabras). Y se dialogará sobre los efectos que le siguen: la comunicación y la incomunicabilidad.
Se nos interrogará sobre las catedrales de la palabra: periódicos, redes sociales, poesías, y la divina música que las palabras ni saben o pueden descifrar, o la publicidad que en cambio les roba la sustancia. Veremos el sarcasmo que asesina y la ironía que vivifica y también las palabras y el verdadero silencio, que nos explican la vida. Luego las jergas, las escrituras abreviadas, los albures y el constante hablar vacuo de los nefastos locutores que, parlanchines como la suegra del Amadeus de Milos Forman, saben sólo dar fastidio al prójimo. Nos ayudarán a reconocer el especial balbuceo ruidoso que, parafraseando a Shakespeare, llena los oídos de los hombres de falsas novedades: con una intraducible poesía, él nos advierte que el ruido es una flauta en la que soplan las conjeturas, las envidias y las sospechas, o cuyas palabras ofrecen un falso consuelo, más dañino que los males verdaderos. Y se dialogará sobre los llamados siervos de la palabra: desde el psicólogo al docente, y también mamá y papá que le hablan al hijo y el hijo a ellos, generalmente sin posibilidad alguna de entenderse. Se admirarán, pero no sin razón, de los benditos testarudos que, ignorando los ubi non est auditum, noli effundere sermonem, pacientes y perseverantes, siguen predicando una buena noticia, quizá sólo a las nubes, al mar, a las hojas y al bostezo de la noche.
Se tendrá de frente a las numerosas lenguas que la torre de Babel nos ha donado, con el dialogo, todavía lento, no fácil pero quizá prometedor, entre las varias culturas y las varias religiones.
De las palabras se investigará la virtud y la poderosa capacidad creadora, su ser más fuerte que las armas, que las fronteras y que las gramáticas. Pero también se le verán sus defectos, porque cada palabra puede transformarse en una sirena tentadora: prejuicio, manipulación, pedantería, academicismo; y luego ese silencio que engaña callando; y la desolada separación entre palabra y vida, entre palabra y acción, entre palabra y caridad. La palabra, el lenguaje, los signos son por tanto un embrollo y una compañía para el hombre. La tradición occidental nos recuerda: “Aunque hablara la lengua de los hombres y de los ángeles, pero si no tuviera caridad, sería como un bronce que resuena o como un címbalo que tintinea”. Esta frase, dictada por un hombre también enamorado de la palabra, va al corazón del tema del Tonalestate del agosto próximo. Y, para introducirlo, el cartel propone un detalle de un famoso cuadro de René Magritte, “La reproduction interdite”, conocido también como el “hombre al espejo”, una persona duplicada (quizá hasta lo infinito) de la cual se nos ha negado para siempre el rostro. El cartel, además, lleva a aquel fragmento de la Odisea (en la traducción de Luis Segala y Estalella) en la cual Ulises logra, gracias a una sola palabra, engañar al Cíclope, monstruo salvaje y brutal: un himno, pues, a la palabra, victoriosa sobre la bestialidad del poder, que ya ciego, se largará, derrotado y en lágrimas, murmurando así: “¡Oh amigos! Nadie me mata”.