Auri sacra fames – Genocidios y Masacres (Español)
Para introducir el tema del Tonalestate 2011, comienzo por la palabra masacre, cuya etimología es dudosa y múltiple. Probablemente, deriva de massàcre, término francés del siglo XIII que llega del latín barbárico mazàcrium, el cual, talvez, resulta de la fusión del latín sacràre (inmolar a los dioses) y el provenzal massar, que significa golpear. Para otros, deriva de scaramàxus, que es el cuchillo empleado para destazar los animales. En heráldica, indica la cabeza de buey o ciervo descarnado y colgado (en pareja) en las paredes de un cazador. Masacre es, por lo tanto, una palabra que indica una acción muy violenta hacia una víctima y se ha vuelto, luego, sinónimo del término estragos (del latín stratus, derribado, tendido al suelo), es decir matanza de diversas personas tendidas al suelo, derribadas, porque no se defienden o se defienden mal.
El término genocidio fue empleado por primera vez en 1944, por Raphael Lemkin, un hebreo polaco, que usó la fusión de dos palabras: genos (palabra griega que significa familia, tribu) y caedere (verbo latín que significa matar). El estudio de Lemkin, bajo el título Genocidio, se fundamentó en la matanza perpetuada por los turcos en contra de los armenios en 1915. La palabra quiere, por tanto, indicar una acción violenta dirigida hacia una familia, una tribu, es decir personas unidas por históricos vínculos de sangre, costumbres, normas o vínculos religiosos (y señalo que considero que religión sería, puesto que significa “recomponer un vínculo”, la palabra por excelencia antinómica a las de masacre y genocidio). De este modo, y también gracias a la batalla llevada a cabo por Lemkin, se obtiene que así como, cuando se mata a un individuo, se usa la palabra homicidio, en caso de que se maten a grupos colectivos (nacionales, étnicos, religiosos) se usa la palabra genocidio.
El Tonalestate 2011 tiene por tema “genocidios y masacres” que, por lo tanto, son acciones específicas y crueles dirigidas respectivamente hacia diversos individuos entre los cuales existe un vínculo de pertenencia o hacia uno o más individuos entre los que no existe dicho vínculo.
Los genocidios y masacres perpetuados por el hombre o los hombres en la historia son innumerables: enumerarlos todos es, de hecho, imposible; sin embrago, olvidar aun uno sólo de ellos constituye, en sí, un grave delito, porque ningún hombre, por ninguna razón, debería ver decidida su muerte por uno u otros hombres. La muerte debería ser un momento privilegiado de cumplimiento de una historia de unidad entre el Misterio y el hombre, así como fue para Abraham, Isaac y Jacob. Es muy innatural que la muerte, ese último abrazo que nos da la tierra, sea, en cambio, provocada por quienes tendrían que ser para nosotros padre, madre, hermano o hermana, manchando con el mal, para la eternidad, una tierra que talvez ya no tenga lágrimas.
Todos nosotros somos descendientes de Caín y luego de Noé (quien no mató a su hijo Cam, sino que lo maldijo para siempre, y podemos suponer que sea algo todavía peor que la muerte violenta). Nosotros somos, pues, de la única raza que tornó el homicidio individual o colectivo como una norma para resolver los problemas de forma rápida y furiosa. Quisiéramos olvidarlo, pero en el fondo no podemos y estamos llenos de miedo hacia el otro hombre que puede, de mil maneras, robarnos nuestra muerte y darnos la suya.
Para no quedarnos en la abstracta generalidad, el Tonalestate 2011 corona el tema de los genocidios y de las masacres con las palabras de Virgilio (versos 56 y 57 del libro tercero de la Eneida) que se volvieron un famoso proverbio entre los latinos: auri sacra fames. Sabemos que los hombres cumplen actos terribles por muchas razones y el Tonalestate reúne, o quizás limita, esas razones al “auri sacra fames”. La etimología de la palabra fames es también dudosa o, si queremos, múltiple. La raíz latina fa es raíz de fatisci que significa hacer falta, carecer. La raíz latina fa es equivalente a la griega cha (de donde cha-teo= carezco, deseo). Y también el griego phag-o (en asonancia con fa) significa devorar. La palabra fames expresa, por lo tanto, una gran necesidad de devorar comida. Junto con el genitivo auri, indica: gran necesidad de devorar aquella específica comida que es el oro, la riqueza. Nos matamos, pues, no sólo por celos, o venganza o fastidio, sino también y sobre todo por la gran necesidad de oro, de riqueza. Esta auri fames, dice Virgilio, es sacra: para los latinos, el adjetivo sacrus indica, de hecho, tanto lo sagrado como lo execrable y queda claro que Virgilio usa el adjetivo en el significado de execrable. Y Virgilio explica que esta auri sacra fames induce al hombre a cosas terribles.
El manifiesto del Tonalestate nos presenta una de éstas: Saturno que devora a sus hijos. La leyenda cuenta que Cronos (para los latinos Saturno), “el de los pensamientos tortuosos”, el más joven entre sus hermanos, le ganó a Urano, su padre, quien les impedía a sus hijos salir del vientre materno. Sin embargo, Cronos fue un hijo no muy diferente a su padre: aquella extraña contradicción por la que deseamos generar, mas tememos ser aniquilados precisamente por quien es generado, lleva a Cronos a comerse a sus hijos, para mantenerlos vivos sólo dentro de sí, hasta que Zeus – el joven héroe – logrará hacer que los vomite uno por uno. Como dice Homero, Cronos que devoraba a sus hijos fue el padre de los tres reyes del mundo: Zeus, Poseidón y Ades. Y Cronos fue también “la divinidad de la que deriva la riqueza de la tierra” y era festejado por los romanos, cada diciembre, en las saturnalia (cuando también los esclavos eran liberados) por una semana de carnavalesca fiesta alrededor del saturnalicius princeps.
Goya – conocido en Madrid como don Paco – pinta con óleo sobre revoco, en el comedor de su casa en la ribera del Manzanares, la horrenda acción de Cronos y lo hace, entre 1820 y 1823, con aquella alma suya, habitada por el sarcasmo y la autenticidad, anticipando casi cien años el arte moderno. Es ésta una de sus “pinturas negras” que marcan el período talvez más desanimado y debilitado de su vida. ¿Goya se retrata a sí mismo en ese Saturno que está devorando a uno de sus hijos? ¿Y ese hijo es mujer u hombre? ¿Es un muñeco, una estatua o un ser humano? No lo sabemos. Permanecemos abatidos, transidos, trastornados por la macabra acción de corte dantesco, acción sin tiempo, que transforma en mancha roja lo que era una cabeza y una mano que ya no existen. Permanecemos horrorizados por la locura de aquella mirada de viejo, perdido en el vacío, contemplando fantasmas monstruosos que se acercan también a nosotros, sin ser vistos.
También, en el manifiesto del Tonalestate 2011, leemos una frase tan famosa como quizás tan incomprendida. Se trata de una poesía que ha circulado oralmente por diversos años en Alemania. Quien la creó fue Martin Niemöller, prisionero de 1937 a 1945, filo-hitleriano en los inicios del régimen y, luego cada vez más decididamente, antinazista. La trayectoria cultural de ese pastor protestante alemán es diferente de la de la mayoría de los hombres: normalmente, sucede que uno es muy revolucionario de joven y después, cuando la edad y la experiencia vuelven menos hábiles para los riesgos, se vuelve uno conservador. Para Niemöller no sucedió así. En ocasión de sus noventa años, Niemöller habló de su evolución de “muy conservador” a “revolucionario” (palabra con la que amó definirse) agregando, con fresca ironía, que si hubiese llegado a los cien años, seguramente se hubiera vuelto anárquico. No llegó a los cien años, pero nos deja un ejemplo de cómo no hay que dormirse en lo que uno ya sabe o ha hecho.
La poesía de Niemöller se trasmitió de boca en boca, según el método más bello de transmisión de la cultura viva. Nunca dio una transcripción de su poema que, poco a poco, modificaba en las conferencias que dictó después de la guerra. La viuda de Niemöller, tras la muerte del marido, nos ha dejado una versión escrita de la poesía, una versión talvez “definitiva” que termina siendo la que sigue: “Primero, vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada, porque yo no era comunista./Luego, vinieron por los judíos y no dije nada, porque yo no era judío./Luego, vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era sindicalista./Luego, vinieron por los católicos, y no dije nada porque yo era protestante./Luego, vinieron por mí, pero ya no quedaba nadie que dijera nada”.
La transmisión oral tiene la grande (y maravillosa) ventaja de permitir que, según la historia personal, lo que es eficaz y bello sea actualizado, siguiendo precisamente aquel método tan vivo (y que hoy el academicismo ha terminado por destruir) de la libre interpretación y de la libre interpolación. Por consiguiente, Brecht, si acaso usó de veras esa frase (que supongo se le haya atribuido por la claridad del lenguaje, la falta de sentimentalismo y la férrea lógica del relato, características típicas de Brecht), quizás la hizo suya, quitando lo que quería quitar y agregando lo que quería agregar.
En el marco, pues, de unas vacaciones que ven reunidos, una vez más, jóvenes y menos jóvenes provenientes de los cinco continentes, en un diálogo que no pretende resolver sino, curando heridas, hacer que madure la conciencia, y bajo la mirada severa y eterna de los Alpes, en el Tonalestate 2011 se hablará, se recordará y se denunciarán hechos que nos dejan sin aliento y en profunda reflexión. Sin embargo, la esperanza que se abre paso en la oscuridad, no puede sino tener las raíces sólidas que sólo el realismo le puede conceder.