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CÓMO NO MORIR EN LA UNIVERSIDAD

4 Luglio 2010 Nessun Commento

di Carlos Ciade

Soy Carlos, un universitario mexicano quien, como la mayoría de los jóvenes, se plantea la pregunta de “¿qué sentido tiene ser universitario?”. Se nos responde que estamos ahí para profesionalizarnos en una disciplina y ser parte activa en la sociedad productiva; en otras palabras, para convertirnos en las máquinas de una sociedad injusta, cuyos ojos están puestos en el progreso económico por encima de los hombres. Y es que la pregunta está mal planteada; debiera ser, por el contrario: “¿cuál es el sentido de esta circunstancia de mi vida para mi realización como ser humano?”.
Pero, los profesores no parecen estar interesados en temas “trascendentales”; creen que no somos, los jóvenes, capaces de enfrentarnos al misterio de la vocación humana; tienen miedo a que suframos; y este temor nos hace esclavos de la comodidad: quieren programar nuestro destino, reduciéndonos a una sola necesidad de éxito (la física y la económica), postergando todo lo demás.
Lamentablemente, lo están consiguiendo.
A los universitarios, se nos presentan oportunidades de seguir estudiando, ya sea dentro del País como en el extranjero. Muchos prefieren el extranjero; dicen: “en este País, no hay oportunidades”; y piensan, entonces, regresar como doctores especializados en una disciplina y, para ser entre los únicos que puedan realizar el trabajo de dicha disciplina, recibir un salario que cubra sus “necesidades básicas” como la vivienda, la comida y la diversión, necesidades que, atendidas, nos brindan la comodidad, que es el nuevo nombre de la felicidad.
Este temor al fracaso y a perder nuestras comodidades nos lleva a interesarnos solamente en nuestros proyectos personales y, si los demás quieren estar a nuestro lado, será porque nos apoyan en nuestros proyectos; si no nos apoyan, habrá que pensar en una estrategia inteligente para eliminarlos, pues en la universidad nos enseñan a desarrollar nuestra inteligencia para ser mejores que los demás.
Este ambiente de competencia convierte a las relaciones dentro de la universidad en inhumanas: vivimos en un ambiente bélico, donde lo que importa del otro es esa cualidad que nos estorba o nos conviene. Visto así, somos seres fragmentados, piezas intercambiables de una enorme maquinaria, siempre angustiados por lograr ser aquello que la maquinaria necesita, olvidándonos de todo lo demás que nos integra y sin lo cual dejamos de ser hombres, para convertirnos en cosas.
Así, pareciera que nuestra realidad nos orillara a una constante angustia; y, sin embargo, evadiendo las preguntas sobre el sentido de la vida último y verdadero, estamos tan convencidos de que vamos por buen camino que nos sentimos “felices” reuniéndonos con compañeros que busquen experiencias que nos distraigan de un auténtico compromiso con una amistad verdadera: buscamos cómplices y no amigos; estamos bastante conformes con ser despedazados: siendo cosas, no tenemos porqué preocuparnos; alguien más decidirá por nosotros.
Es por esto que, en un folleto local llamado “Riesgo”, lo cual elaboramos un grupo de amigos que estudian en distintas universidades de la ciudad de México (como la UNAM, el Claustro de Sor Juana, el Instituto Científico Técnico y Educativo o ICTE, la Escuela Pedagógica Nacional), hemos puesto estas palabras de Albert Camus: “Para la mayoría de los hombres, la guerra es el fin de la soledad. Para mí, es la soledad infinita”.
Quienes elaboramos esta página somos jóvenes quienes compartimos la condición de ser universitarios y que, a partir de esta circunstancia de ser universitarios, vemos la ocasión de manifestar nuestras inquietudes, nacidas de una vocación de amistad a nuestro destino. Es así que tomamos como un don el habernos encontrado para compartir nuestra aventura humana, pues a diferencia de quien, percatándose de la cadena de injusticias a que es sometido el hombre, se aísla renegando a su miseria, nosotros encontramos que, a pesar de nuestra inmensa pobreza, juntos podemos realizar una verdadera transformación de la realidad, trabajando en común.
Sin embargo, marchamos sobre un desierto en el cual los que se evaden crean oasis para disfrazar su condición y los que lo enfrentan prefieren, al ver en los demás un enemigo o un explotador, la soledad.
Nuestra postura no significa perseguir un vago ideal, como muchos de nuestros profesores piensan (razón por la que nos escamotean la confrontación con la realidad:) significa estar concientes de nuestras profundas necesidades; y el hecho de que, aunque limitados en nuestras capacidades, podamos, con nuestras habilidades, tender y tendernos la mano no determina el don de esta amistad, pues la ayuda se agotaría en la necesidad. Por ello, nos reunimos continuamente (con el esfuerzo que significa vivir en la ciudad más grande del mundo y una de las más caóticas), ya sea para un momento de conversación (en que nos reunimos para compartir nuestras experiencias de confrontación con la realidad), ya sea para estudiar o para encontrar a otros jóvenes. Todo esto es para enfrentar el mundo con otros ojos y tener presente que lo que hacemos y aprendemos no es obra de uno solo, sino de todos los que hemos decidido caminar juntos. De este modo, el sacrificio de no ocupar el tiempo en lo que nos proporciona comodidad toma un nuevo sentido, a partir de la amistad al destino de los demás: elegimos dar ese tiempo porque somos libres de hacerlo. Esta elección implica no juzgar al otro (pues hemos elegido la tarea y no con quienes realizarla): amarlo no por sus actitudes, sino por el amor que nos precede y nos aguarda al final de esta aventura humana; ¿podemos acaso determinar quién es más valioso a partir de lo poco que de él sabemos?; ¿no estaríamos obrando de igual modo que la sociedad que nos despedaza, desconociendo el hecho que implica el misterio del hombre?
Para todo ello contamos con al apoyo de lugares e instituciones donde se nos brinda la oportunidad de impartir clases de literatura e idiomas a jóvenes de preparatoria y de universidad. Esta labor, en su mayor parte voluntaria, nos enseña a trabajar compartiendo nuestros conocimientos con jóvenes de quienes aprendemos a mirar con ojos siempre nuevos la realidad. La labor voluntaria que venimos realizando es una de las más importantes, debido a que es una labor de servicio a quienes lo necesitan; así, realizamos de manera práctica y concreta el hacer silencio a nuestros proyectos personales para escuchar las necesidades del otro, el más próximo, quien ocupa un asiento contiguo en nuestra aula, de modo que no se vuelve una idealización de altruismo.
Pero esta labor no tendría sentido sin las continuas reuniones, en las cuales manifestamos las inquietudes que vemos nacer en nuestros compañeros, inquietudes que nacen a partir de que despierta la flama del misterio en la elección de una vocación, misma que cubre y da un sentido a la elección de una profesión. A estos jóvenes los invitamos a participar, para compartir las diferentes perspectivas y, así, construir una amistad más verdadera: un amor que se comparte a pesar de nosotros mismos, porque no nos pertenece. Del mismo modo, nos acercamos a jóvenes de otras universidades, siempre precedidos de esta amistad. La reacción de ellos es siempre de desconfianza, algunos creen que somos muy buenos y otros que queremos algo de ellos: les cuesta trabajo, y es normal, creer en una amistad desinteresada. Por ello, siempre tenemos algo que hacer: aunque nos digan que no hay tiempo suficiente, sabemos que no es una cuestión de tiempo, sino de espera, de labor paciente, de entrega a esta tarea a la que pertenecemos, de ser verdaderamente devotos ante el misterio que cada hombre es en sí, sin esperar nada a cambio: sabemos lo difícil que es aceptar ser amado por un amor más grande, el cual no podemos determinar ni controlar. Al final, en algunos nacerá la pregunta de “¿porqué hacerlo?”. Entonces, alguien estará ahí para acompañarlo a seguir esa voz tan distinta a todo lo anterior, tan fuera de lo humano que uno solo no puede seguirla sin la compañía de alguien más; y esto sucede, aunque parezca imposible, también en las universidades.

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